Feorlygn - Blasse Buche (Haya Pálida)

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e martë, dhjetor 13, 2005

Peredur, Hijo De Evrawc

El conde Evrawc poseía un condado en el Norte y tenía siete hijos. Pero no eran sus dominios los que mantenían a Evrawc, sino los torneos, las guerras y los combates, y como suele ocurrir al que busca las guerras, le mataron al igual que a sus seis hijos. El séptimo hijo se llamaba Peredur; era el más joven. No tenía edad de ir a los combates ni a las guerras, y si la hubiera tenido, le habrían matado como a su padre y a sus hermanos.

Su madre era una mujer sagaz e inteligente. Reflexionó mucho sobre su hijo y sus dominios. Finalmente decidió marcharse con su hijo a las tierras salvajes y desiertas, y abandonar los lugares habitados. Sólo eligió como compañía a mujeres, niños y hombres humildes que fueran incapaces de combatir o ir a la guerra y de quienes habría resultado impropio.

Nadie se hubiera atrevido a reunir armas y caballos allí donde el niño pudiera verlos, por miedo a que le gustaran, y cada día el niño iba al bosque a jugar y lanzar dardos de madera. Un día vio el rebaño de cabras de su madre y dos cabritos cerca de las cabras. El niño se sorprendió mucho de que aquéllos carecieran de cuernos, mientras que todos los demás los tenían, y pensó que debían estar extraviados desde hacía mucho tiempo y así habían perdido sus cuernos. A fuerza de valor y tenacidad, empujó a los cabritos y a las cabras al final del bosque, hasta una casa que había allí para las cabras. Luego regresó a su casa y dijo a su madre:

-Madre, acabo de ver aquí cerca en el bosque algo sorprendente: dos de tus cabras se han vuelto salvajes y han perdido sus cuernos, pues han estado extraviadas mucho tiempo en el bosque. Jamás mortal alguno se ha esforzado tanto como yo para hacerles entrar en la casa.

En seguida todos se levantaron y fueron a ver, y cuando vieron los cabritos se maravillaron de que alguien tuviera fuerza y agilidad suficientes para dominarlos.

Un día vieron a tres caballeros que venían por un camino de herradura junto al bosque. Eran Gwalchmei, hijo de Gwyar, y Gweir, hijo de Gwystyl, y Owein, hijo de Uryen. Owein cerraba la marcha. Estaban persiguiendo a un caballero que había distribuido las manzanas en la corte de Arturo.

-Madre -dijo Peredur-, ¿quiénes son esas gentes?

-Son ángeles, hijo mío -dijo ella.

-Quiero ir con ellos como un ángel -dijo Peredur.

Y Peredur fue a su encuentro.

-Dime, amigo -dijo Owein-, ¿has visto pasar por aquí hoy o ayer a un caballero?

-No sé lo que es un caballero -respondió Peredur.

-Yo soy un caballero -dijo Owein.

-Si quieres contestarme a lo que te voy a preguntar, yo a cambio te respondería lo que me preguntas -replicó Peredur.

-Con mucho gusto -dijo Owein.

-¿Qué es eso? -le preguntó, señalando la silla.

-Una silla -respondió Owein.

Peredur le preguntó qué era cada cosa y para qué servía. Owein le explicó extensamente lo que era cada cosa y para qué servía.

-Toma ese camino -dijo Peredur-. He visto a un hombre como el que buscas y yo también quiero seguirte como un caballero.

Entonces Peredur regresó junto a su madre y sus gentes.

-Madre -dijo-, las gentes que hemos visto no son ángeles, sino caballeros ordenados.

La madre cayó desvanecida. Peredur fue al lugar donde se encontraban los caballos que les traían la madera para calentarse y la comida y bebida de los lugares habitados hasta las tierras desiertas. Cogió un caballo pío, huesudo, el más fuerte, según su opinión; le ajustó una cesta a modo de silla y con mimbre imitó todos los aparejos que había visto. Luego regresó junto a su

madre. En ese momento la condesa volvió en sí del desmayo.

-¡Ay, hijo mío! -dijo-, ¿quieres partir?

-Con tu permiso, me iré -respondió.

-Espera a recibir mis consejos antes de irte.

-Con mucho gusto, apresúrate.

-Ve directamente a la corte de Arturo. Allí están los mejores hombres, los más generosos y los más valientes. Donde veas una iglesia, reza un Pater. En cualquier lugar donde veas alimentos y bebidas, si tienes necesidad y no tienen la suficiente cortesía ni bondad para ofrecértelos, cógelos tú mismo. Si oyes gritos, ve en esa dirección; el grito de una mujer está por encima de todos los gritos del mundo. Si ves bellas joyas, cógelas y dáselas a otro, y así adquirirás fama. Si ves a una mujer hermosa, hazle la corte, aunque ella no quiera nada de ti. Eso hará que seas un hombre mejor y más noble que antes.

Y Peredur montó a caballo con un puñado de jabalinas aguzadas y se alejó.

Cabalgó durante dos días y dos noches a través de tierras desiertas y salvajes, sin comida ni bebida. Finalmente llegó a un gran bosque desolado y a lo lejos del bosque vio un hermoso claro y en el claro vio un pabellón y creyendo que era una iglesia rezó su Pater. La puerta del pabellón estaba abierta y cerca de la puerta había una silla de oro en la cual estaba sentada una hermosa doncella de cabellos castaños, llevando alrededor de la frente una diadema de oro enriquecida con piedras brillantes y en las manos llevaba anchos anillos de oro.

Peredur desmontó y entró. La doncella le acogió amigablemente y le deseó la bienvenida. Al final del pabellón, Peredur vio comida y dos botellas llenas de vino, dos tortas de pan blanco y rodajas de carne de lechal.

-Mi madre -dijo Peredur- me ha recomendado que coja comida y bebida en cualquier lugar donde la vea.

-Te lo permito con gusto, señor -dijo ella.

Entonces Peredur cogió la mitad de la comida y de la bebida para él y dejó el resto para la doncella. Cuando terminó de comer se levantó y fue hasta donde estaba la doncella y dijo:

-Mi madre me ha recomendado que allí donde vea una joya hermosa la coja.

-Cógela, amigo -dijo ella.

Peredur cogió el anillo, besó a la doncella, cogió su caballo y se marchó.

Después de esto llegó el caballero al que pertenecía el pabellón: era el Orgulloso del Claro. Vio las huellas del caballo.

Dime -dijo a la doncella-, ¿quién ha estado?

-Un hombre de extraño aspecto, señor -respondió.

Y le describió con detalle el aspecto y el comportamiento de Peredur.

-Dime -exclamó—, ¿ha tenido relaciones contigo?

-No, a fe mía -respondió la doncella.

-No te creo, y hasta que lo encuentre para vengar mi deshonor y mi vergüenza, no permanecerás dos noches bajo mi mismo techo.

Y el caballero se levantó y partió en busca de Peredur.

Por su parte, Peredur se dirigía hacia la corte de Arturo. Antes de que llegara, otro caballero apareció en la corte y dio al hombre de la entrada un gran anillo de oro para que se ocupara de su caballo.

Se dirigió a la sala donde se encontraban Arturo con toda su gente y Gwenhwyvar con sus doncellas. Un criado servía bebida a Gwenhwyvar en una copa de oro: el caballero cogió la copa de la mano de Gwenhwyvar y derramó todo el licor que había sobre su rostro y pecho y le dio una gran bofetada, y el caballero dijo:

-Si hay alguien aquí que quiera combatir conmigo por esta copa y vengar el ultraje a Gwenhwyvar, que me siga hasta el prado y allí le esperaré.

Y el caballero cogió su caballo y se dirigió al prado. Entonces todas las gentes de la corte bajaron la cabeza, por miedo de que se pidiera a uno de ellos vengar el ultraje de Gwenhwyvar. Pensaron que jamás ningún hombre habría cometido un ultraje semejante a no ser que tuviera valor y fuerza particulares, magia o encantamientos, de forma que nadie pudiera infligirle venganza. En ese momento llegó Peredur a la sala sobre su caballo pío, huesudo, muy pobremente ataviado para una corte tan noble como aquélla. Kei estaba de pie en medio de la sala.

-Dime, hombre alto -dijo Peredur-, ¿quién es Arturo?

-¿Qué quieres de Arturo? -dijo Kei.

-Mi madre me recomendó que me dirigiera a él para que me ordenara caballero -dijo Peredur.

-A fe mía -exclamó Kei-, vienes mal equipado de caballo y armas.

Y entonces toda la corte fijó su mirada en él y todos empezaron a reírse y a tirarle bastones. En aquel momento entró un enano que desde hacía un año había llegado a la corte de Arturo con una enana para pedirle hospitalidad, y Arturo se la había concedido, pero en todo el año ninguno de ellos había dirigido la palabra a nadie.

-¡Ay! ¡Ay! -exclamó el enano al ver a Peredur-. ¡Dios te bendiga, Peredur, hijo de Evrawc, jefe de guerreros y flor de los caballeros!

-¡En verdad -dijo Kei-, triste comportamiento el tuyo; permanecer un año mudo en la corte de Arturo, teniendo la libertad de escoger con quién conversar y beber, para luego llamar a un hombre como éste, en presencia del emperador y de su corte, jefe de guerreros y flor de caballeros!

Y le dio tal bofetada que lo tiró al suelo desvanecido.

-¡Ay! ¡Ay! -exclamó en seguida la enana-. ¡Dios te bendiga, Peredur, hijo de Evrawc, flor de guerreros y luz de los caballeros!

-¡En verdad, mujer -dijo Kei-, triste comportamiento el tuyo; permanecer un año muda en la corte de Arturo y llamar a hombre como éste, en presencia del emperador y de su corte, flor de guerreros y luz de los caballeros!

Y Kei le dio tal puntapié que cayó al suelo desvanecida.

-Hombre alto -dijo entonces Peredur-, dime dónde está Arturo.

-¡Cállate! -dijo Kei-. Ve junto al caballero que ha ido al prado, quítale la copa, derríbale, coge su caballo y sus armas y después te ordenarán caballero.

-Lo haré, hombre alto -le respondió Peredur.

Y Peredur volvió grupas y se dirigió al prado. Allí encontró al caballer cabalgando muy orgulloso de su fuerza y del valor que creía tener.

-Dime -dijo el caballero-, ¿has visto si alguien de la corte de Arturo me seguía?

-El hombre alto que estaba allí me ha pedido que te derribe, te quite la copa y coja tu caballo y tus armas para mí.

-Cállate. Vuelve a la corte y pide a Arturo en mi nombre que venga él u otro a combatir conmigo; si no viene inmediatamente, no le esperaré.

-Escoge. Con tu permiso o sin él, quiero tu caballo, tus armas y la copa -dijo Peredur.

El caballero se precipitó con furor sobre él y con el extremo de la lanza le dio un golpe muy doloroso entre los hombros y el cuello.

-Compañero -dijo Peredur-, los sirvientes de mi madre no jugaban así conmigo. Pero así jugaré yo ahora contigo.

Cogió una jabalina de punta aguzada y se la lanzó a un ojo, de tal forma que le atravesó la cabeza y lo derribó muerto en el acto.

-En verdad -dijo Owein, hijo de Uryen, a Kei-, has obrado mal enviando a ese loco a combatir con el caballero. Una de las dos cosas: o lo ha derribado o está muerto. Si lo ha derribado, el caballero querrá considerarlo como un hombre de rango y esto será vergüenza eterna para Arturo y sus guerreros. Si lo ha matado, el deshonor será el mismo y además tú tendrás la culpa. Y que caiga la vergüenza sobre mí, si no voy al prado para saber cuál ha sido su aventura.

Y Owein se dirigió al prado y cuando llegó, vio a Peredur arrastrando al caballero a lo largo del prado.

-Aguarda. Le quitaré sus armas -le dijo.

-Jamás le abandonará esta ropa de hierro; es parte de él -dijo Peredur.

Owein le quitó las armas y la ropa.

-Aquí tienes, amigo, mejor caballo y armas que las tuyas; cógelas y ven conmigo junto a Arturo para que te ordene caballero. Realmente lo mereces -le dijo Owein.

-Que pierda mi honor, si voy -dijo Peredur-. Pero lleva de mi parte la copa a Gwenhwyvar y di a Arturo que en cualquier lugar donde me encuentre seré su vasallo y que si puedo prestarle servicio, lo haré. Y dile que no iré a la corte antes de haberme encontrado con el hombre alto, para vengar el ultraje del enano y la enana.

Entonces Owein regresó a la corte y contó la aventura a Arturo, a Gwenhwyvar y a las gentes de la corte, sin olvidar la amenaza contra Kei.


2 Comments:

Blogger Asier G. said...

Es el comienzo de la historia de Peredur, la primera de la tecera parte de los Mabinogion, los cuentos tradicionales galeses.
Este relato es casi idéntico al de Chretien de Troyes del Cuento del Grial, o Perceval el Galés.

5:39 e pasdites  
Blogger Asier G. said...

Peredur o Perceval comienzan su andadura como campesinos alejados del mundo de la caballería, en este caso por la voluntad de su madre. A lo largo del relato se va formando como caballero, desde las formas y el aspecto, hasta los valores interiores y la habilidad de combatir.

5:41 e pasdites  

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