Feorlygn - Blasse Buche (Haya Pálida)

Neri eder zaizkidan pasarte batzuk jartzeko besterik ez den zoko bat

e hënë, qershor 27, 2005

Ese gran dios que era Lugh....

Un día el rey de los Tuatha Dé Danann, Núadu, celebró una gran fiesta
invitando a todos los sabios y especialistas en todas las artes.
Después de que hubieron llegado todos poco antes de los festejos se
presentó ante el guardián de la entrada de la fortaleza de Tara un
enigmático personaje con su séquito, era joven apuesto y cubría su
cabeza con una diadema de rey.
El guardián preguntó: "¿Quién eres?", la respuesta del visitante sería
sorprendente:

"Fil sunn Luch Lonnandslech mac Cíein meic Díen Cécht agus Ethne
ingine Baloir. Dalta siden taillne ingine Magmóir rí Espáine agus
Echtach gairuch meic Dúach."

[Lug Lonnansclech, el hijo de Cían, hijo de Dían Cécht y de Ethne,
hija de Balor. Que es el hijo adoptivo de Tailtiu, la hija de Magmór,
rey de España, y de Eochaid Garb mac Dúach.]

Entonces el guardián le preguntó: "¿Qué artes practicas? Puesto que
nadie entra en Tara sin conocer un arte.
"Pregúntame", le dijo. "Soy un albañil".
El guardián respondió: "No te necesitamos. Tenemos ya un albañil,
Luchta mac Lúachada".
Entonces le volvió a decir:"Pregúntame, guardián. Soy un herrero".
El guardián le respondió: "Ya tenemos un herrero, Colum Cúaléinech de
las tres nuevas técnicas".
Entonces le dijo: "Pregúntame. Soy un campeón".
El guardián respondió: "No te necesitamos. Ya tenemos un campeón, Ogma
mac Ethlend".
Volvió a decir: "Pregúntame. Soy un arpista".
"No te necesitamos. Ya tenemos un arpista, Abcán mac Bicelmois, a
quien los hombres de los tres dioses eligieron en las montañas de los
sídes (seres del mundo invisible)".
Él dijo: "Pregúntame. Soy un guerrero".
El guardián respondió: "no te necesitamos. Ya tenemos un guerrero,
Bresal mac Echdach Báethláim".
Entonces dijo: "Pregúntame guardián. Soy un poeta y un historiador".
"No te necesitamos. Ya tenemos un poeta e historiador, Én mac Ethamain".
Él dijo: "Pregúntame. Soy un hechicero".
"No te necesitamos. Ya tenemos un hechicero. Nuestros druidas y
nuestra gente con poderes son numerosos".
Él dijo: "Pregúntame. Soy un médico".
"No te necesitamos. Tenemos a Dían Cécht como médico".
"Pregúntame. Soy un copero".
"No te necesitamos. Ya tenemos coperos: Delt y Drúcht y Daithe, Tae y
Talom y Trog, Glé y Galn y Glésse".
Él dijo: "Pregúntame. Soy un buen braserero".
"No te necesitamos. Ya tenemos un braserero, Crédne Cerd".
Entonces, una vez que todas las artes conocidas le han sido rechazdas,
Lug le hará la siguiente y sorprendente pregunta al guardián:

"Abair frisind ríg, al sé, Wan fil les óeinfer codo-gabai ina dánu-sae
agua má atá les ní tocussa i Temraig".

[Pregúntale al rey si tiene un hombre que posea todas las artes. Si lo
tiene no podré entrar en Tara.]

Entonces el guardián marchó al salón real a contarle al rey tan
sorpredente nueva. En la puerta de la ciudad se encontraba un hombre
que aseguraba ser maestro en todas las artes: poesía, druidismo y
demás sabidurías por ellos conocidas. El rey pronto accedería al deseo
de Lug y sería permitido entrar en la ciudad y presentarse ante el
rey: "Déjale venir a la corte, puesto que un hombre semejante jamás ha
venido a esta fortaleza".
Lug fue llevado ante el rey Núadu y su corte para ser sometido a una
serie de pruebas que demostraran que decía la verdad. Se le permitió a
Lug sentarse en el sillón de los sabios y entonces Ogma, con su
terrorífico poder, lanzó la losa de piedra, la cual requería cuatro
yugos de bueyes para moverla, hasta el centro del salón real quedando
apuntando hacia Tara (ciudad en la que tenía su morada el "ard ri",
rey supremo de Irlanda). Lo hizo con el propósito de desafiar a Lug
para ver si era capaz de mover la piedra. Lug rápidamente cogió la
piedra y ante la sorpresa de todos la lanzó con fuerza hasta el sitio
en el que se encontraba anteriormente.
Entonces los espectadores de tan singulares proezas dijeron: "Que
toque el arpa para nosotros". El guerrero tocó una música tan dulce
que logró que la multitud y el mismo rey quedasen profundamente
dormidos desde ese momento hasta esa misma hora al día siguiente. Tocó
música triste y todos se pusieron a llorar y lamentarse; tocó música
alegre y todos se sintieron contentos y felices.
Núadu, después de ver los muchos poderes del guerrero, consideró la
posibilidad de que semejante guerrero pudiera librarles de la opresión
a la que estaban sometidos por los Fomores. Se reunió en secreto con
sus nobles y consejeros y después de deliberar con ellos acordó
cambiar su sitio con el de Lug y dejarle el trono durante treinta
días, tiempo suficiente para que pudiera enfrentarse a los Fomores.

e martë, qershor 21, 2005

The Voyager

Cabalgando veloz en mi córcel.
Se oye la música de Los Antiguos.
Mi marcha prosigo hacia ningun lugar.
Toda mi vida la he pasado viajando,
montado en mi caballo
volando con alas de magia,
pero siempre con el espíritu inquieto.
A veces pienso que necesito descansar,
a veces creo que sería mejor parar.
Pero sigo mi camino.
La gente me pregunta: ¿a dónde vas extranjero?
Yo paso y les miro.
Otra vez en el viaje, de nuevo en compañía
del viento y la lluvia, del frío y el sol.
Oh, ¡no me olvides nunca Sol del Reino Dorado!

e hënë, qershor 20, 2005

Culloden's Harvest

Cold winds on the moors blow.
Warm the enemy's fires glow.
Like the harvest of Culloden,
Pain and fear and death grow.

'Twas love of our prince drove us to Drumossie,
But in scarcely the time that it takes me to tell
The flower of our country lay scorched by an army
As ruthless and red as the embers of hell.

The Campbell and McFall did the work of the English.
McDonald in anger did no work at all.
'Twas musket and cannon against honour and courage.
Invading men stood while our clansmen did fall.

None other than children are left to the women,
With only the memory of father and son.
Turned out of their homes to make shelter for strangers,
The blackest of hours on this land has begun.



Traditional Scottish, early 19th century
In the Jacobite Uprising of 1745, Bonnie Prince Charlie and his army were only beaten once, but it was this loss at Culloden (or Drumossie Muir) which destroyed the Highland way of life, as exemplified by the clan system. In verse two, you will note that there were some clans that did not support the re-establishment of a Stewart upon the throne.

e shtunë, qershor 18, 2005

Más Carmina Burana

Circa mea pectora
multa sunt suspiria
de tua pulchritudine,
que me ledunt misere. Ah!

Mandaliet,
Mandaliet,
min geselle
chomet niet.

Tui lucent oculi
sicut solis radii,
sicut splendor fulguris
lucem donat tenebris. Ah!

Mandaliet,
Mandaliet,
min geselle
chomet niet.

Vellet deus, vellent dii,
quod mente proposui:
ut eius virginea
reserassen vincula. Ah!

Mandaliet,
Mandaliet,
min geselle
chomet niet.

e premte, qershor 17, 2005

El tiempo es agradable

Tempus est iocundum,
o virgines,
modo congaudete,
vos iuvenes!
Oh, oh, oh!
Totus floreo!
Iam amore virginali totus ardeo!
Novus, novus amor est, quo pereo!

Mea me confortat
promissio,
mea me deportat
negatio.
Oh, oh, oh!…

Tempore brumali
vir patiens,
animo vernali
lasciviens.
Oh, oh, oh!…

Mea mecum ludit
virginitas,
mea me detrudit
simplicitas.
Oh, oh, oh!…

Veni, domicella,
cum gaudio,
veni, veni, pulchra,
iam pereo!
Oh, oh, oh!...

e mërkurë, qershor 15, 2005

Algunos haiku 俳句

El haiku es el poema tradicional japonés, cuya belleza se guarda en su simplicidad. Además, son siempre de muy pocos versos (en realidad en japonés es sólo una línea de 17 moras = sílabas abiertas CV + V + N). Parece una tontería, pero debe de ser un reto capturar la esencia en algo en tan pocas palabras (también le dan mucha importancia a su escritura). Me recuerdan a las greguerías, la verdad.

Pongo ahora algunos escogidos entre los que he encontrado que más me gustaron.

Matsuo Bashô 松尾芭蕉 (1644-1694)

この道や 行く人なしに 秋の暮
[kono michi ya yuku hito nashi ni aki no kure]

Este camino
nadie ya lo recorre
salvo el crepúsculo.


野ざらしを 心に風の しむ身かな
[nozarashi wo kokoro ni kaze no shimu mi kana]

A la intemperie,
se va infiltrando el viento
hasta mi alma.


旅人と 我が名呼ばれん 初時雨
[tabibito to waga-na yobaren hatshushigure]

Me llamarán por el nombre
de caminante.
Tempranas lluvias de invierno.



Mizuta Masahide 水田正秀 (1656-1723)

蔵焼て さわるものなき 月見哉
[kura yakete sawaru mono naki tsukimi kana]

Se incendió mi casa:
ahora nada me obstruye
la visión de la luna.



Kobayashi Issa 小林一茶 (1763-1827)

陽炎や 目につきまとふ 笑い顔
[kagerô ya me ni tsukimatou warai gao]

En las tinieblas
lo que ronda mis ojos
es su sonrisa.



La verdad es que hay algunos que me resultan ciertamente desconcertantes (que no los entiendo).

永久の詩人

e hënë, qershor 13, 2005

Entuluvan oloranna: el único poema que traduje al Quenya, en el 2001

Entuluvan oloranna...

enviluvan mestanna

yo indonya lorna

or peleri calyanar Anarnen,

or eari ahinar súrenen,

or fanyar nu luin vilya.



Entuluvan oloranna…

entuluvan nornorola elyenna

yo sairine ramar tálinyatse

ter lassinque tauri ornion,

ter taroroni ilfirini ondoron,

ter erumi lómio ar nandar áro.



Entuluvan oloranna...

entiruvanyel

yo hendinyat luhtanar

nornosse i hísesse na,

wingesse falmo i falasse tamba,

ailisse nandoron yánasse i sári uryar.



Entuluvan oloranna…

entuluvan yo elye na

yo rancolmat nutinar

an ea mine fealma alassesse,

an órelmallon ulya lauca melme,

an pelmat na hare ar cuile caruva lusta.



Entuluvan oloranna ar cuivasse

nanye ata yo elye meldanya,

nan sí nanye eresse

ar hecil huinesse.

Kalevala trilingüe

Oiale enwina istar, oio tulka Väinämöinen
Everlastingly old wise man, ever steadfast Väinämöinen
Vaka vanha Väinämöinen, tietäjä iän ikuinen


Marne lúmeryassen tiessen úvie nórer Väinöläo,
Lived in his times in those abundant lands of Väinölä,
Elelevi akojansa noilla väinölän ahoilla,


Tiessen nórer Kalevalo, lirines linderyar lienna
In those lands of Kalevala, chanted his songs to people.
Kalevalan kankahilla. Laulelevi virsiänsä, Laulelevi, taitelevi.

* * *

Lindanes laurie auressen, lirines móri lómissen
He sang in golden days, he chanted in dark nights
Lauloi päivät pääksytysten, yhtysten yöt saneli


Ilye yáre quentaleron, ilye te núre yesseron
Of all ancient histories, of all those deep beginnings
Muinaisia muisteloita, noita syntyjä syviä,


Yaron híni umir linda, yar ilye neri lá hanyar
Of which children don’t sing, which all men don’t understand
Joit’ ei laula kaikki lapset, ymmärrä yhet urohot


Púrea randa sinasse, quélala ména sinasse.
In this discoloured age, in this failing region.
Tällä inhalla iällä, katovalla kannikalla.

e diel, qershor 12, 2005

Sueño de un Solsticio de Invierno

El sueño le embargaba lentamente. El dulce sopor caía lentamente en la noche, sobre aquella figura recostada junto a la hoguera. Las llamas comenzaban a extinguirse paulatinamente proyectando sombras aún más profundas y oscuras en las paredes de la cueva.
Aquel hombre había viajado a pie durante todo el día y el cansancio agarrotaba sus miembros. Con los ojos perdidos en un punto lejano más allá de la lumbre incandescente sostenía en su mente los últimos pensamientos mientras sus párpados se cerraban, cediendo el paso al ensoñamiento.
La oscuridad tendió su negro manto.

***
Una fría neblina baja se extendía como una fina marea blanquecina entre los vetustos árboles. Un tímido sol apenas si reflejaba unos pocos haces de luz sobre las gotas de rocío que resbalaban surcando los nervios de las hojas, hasta golpear el suelo. Hayas y robles, abedules y tejos inundaban todo el panorama, en un silencio forzado, como expectantes de algo que interrumpiera su letargo.
Cubría esporádicamente el paraje una vegetación baja, arbustos verdes y pardos, de acebo, mandrágora, enebro, espino y otras plantas antiguas.
El cielo no era distinguible y tan solo se apreciaban nubes grisáceas, pálidas, acompañadas por la leve luz. Se respiraba un aire puro y claro, como aquel de las lejanas montañas del norte, pero también como el de la brisa de las costas del sur, un aroma a paz que impregnaba los sentidos y calaba el alma.
Silencio, tan sólo roto por los suaves cantos de ocultas aves que hablaban de olvidadas gestas, de historias pasadas, aún antes del ser humano. Un silencio que no provocaba miedo, pues no era esta la calma antes de la tempestad, el neblinoso paisaje de alguna manera permitía intuir que no habría ni había habido tormenta allí.
Acompañando a esa melodía silenciosa se unieron las percusiones rítmicas de los cascos de caballos, las acompasadas notas del liviano trote. Cada vez más firmes y seguros, se iban introduciendo en la música adoptando el protagonismo.
Aparecieron los caballos recios y sabios, de colores varios, unos negros de brillos azulados, otros ocres como hojas marchitas y también albos de tonos grises.
Siete jinetes iban sobre ellos, montando con soltura y normalidad, con ligereza como si existiera un vínculo entre ellos y sus monturas.
Sin mentar palabra, la música del trote cesó y la compañía se detuvo.
No obstante su presencia no turbó el ambiente del lugar y tras el “andante” el “adagio” retornó, con los trinos de los pájaros y los silbidos del viento entre los árboles.
- Saludos buen hombre, ¿Qué se os pierde por estos lares?
El hombre, que por primera vez tomaba conciencia de su existencia en aquel lugar, no pudo expresar palabras en su asombro y confusión, pues una sensación que hasta entonces no había ni imaginado se lo impedía. No podía saber cuanto tiempo llevaba ahí de pie inmóvil contemplando aquel bosque, pero no notaba cansancio en piernas ni brazos, pues hasta el momento de irrumpir el jinete con su lírica voz ni siquiera los sentía.
El jinete prosiguió hablando al ver que su interlocutor no respondía:
- Si bien ninguna palabra de vos sale, de mí fluyen con facilidad estas palabras que os voy a decir: Pues soy yo el rey Wedhanar y estos los más nobles de mis caballeros: Leagan y Hethîn, Silean y Cutham, Medain y Gurread. Íbamos de caza por estos parajes de mi reino y con vos topamos.
El hombre, que aún permanecía de pie quieto, se quedó atónito observando a tan pintorescos hombres, con nombres no menos raros, y pensando en qué clase de animales podrían cazarse por allí.
Aquellos jinetes que tenía delante vestían extraños y desconocidos ropajes de telas finas y gruesas, de colores verdes atravesados por amarillos pálidos, y azules oscuros con rebordes rojizos, de negro y ornamentados en plata, rugosos y suaves. Llevaban largos blusones de anchas mangas y chaquetas ceñidas de cuero pardo. Las capas les caían aún más abajo en la montura y no portaban armaduras ni arma alguna, tan sólo joyas de oro y platino y otros metales labrados pendían en brillantes colgantes y tras el manto de alguno de ellos podían atisbarse instrumentos de viento y cuerda, de madera noble engarzados con gemas y cubiertos por finas capas de cobre. A su vez los cabellos les cubrían las espaldas y aún por delante también les caían, como hilos de color azabache, dorado o fuego.
En sus profundas y fijas miradas se podía leer gran conocimiento y el espectral refulgir de la magia de los dioses.
Ni un ápice había variado el ambiente de aquel misterioso bosque y parecía resistirse a perder la paz que flotaba y provocaba que todo sonido emitido se uniera a la mágica composición instrumentada del lugar.
- Mi nombre es Finthiel. – La voz salió de la boca del hombre sin él haberlo deseado, sin saber qué decía pero seguro de estar hablando una lengua que no conocía a pesar de entenderla. Notaba como las palabras iban de su mente a la garganta sin hacer esfuerzo al expresarse.
- Verdad es la que vos decís, Finthiel el de los Cabellos Blancos, pues hablas con el corazón, y él no miente. – Volvió a hablar Wedhanar. – Seas bienvenido a mi reino y si así lo deseáis, podéis ahora uniros a nuestra partida de caza.
Nada más pronunciadas estas últimas palabras prosiguieron la marcha, esta vez con un “allegro” del galope de los caballos.
El llamado Finthiel se quedó aturdido por un momento pero al instante reaccionó e intentó ir tras ellos. Corrió, mas el galope era demasiado rápido como para poder alcanzarlos. Finthiel hizo un esfuerzo y fue más veloz, sin embargo los jinetes parecían estar cada vez más lejos. Por más que corría no logró alcanzarles pero sus piernas no se fatigaban ni su cuerpo notaba el cansancio, así que prosiguió.
Llegado un momento se escuchó en la música del bosque el más bello trino de un pájaro que volaba de rama en rama. Detuvose entonces Hethîn y tras él el resto de caballeros. Finthiel aproximándose a la escena vio la hermosura de aquel pájaro de brillantes alas, plumaje cobrizo e inigualables cantos. Pensó que nunca antes había visto ave semejante.
Hethîn sacó una cerbatana que hasta entonces había pasado desapercibida y sin mediar palabra con un certero tiro hirió al pájaro que cayó al suelo, bajo la neblinosa capa que todo lo envolvía.
Cuando esto sucedió Leagan desmontó de su caballo y con paso ligero pero firme llegó a donde había caído el pájaro y lo tomó con sus manos y lo elevó hasta el tocón de un árbol cercano, donde lo depositó.
Leagan descubrió la pequeña flauta que ocultaba entre sus vestiduras y comenzó a tocar. Tan dulces notas no habían sido jamás oídas. El bosque entero se estremeció de congoja y una danza de hojas desprendiéndose de los árboles inundó el aire en su lenta caída.
Con trinos renovados se incorporó el vivificado pájaro y sin más salió volando, surcando la niebla.
Leagan concluyó su canción y no más montó de nuevo en su caballo continuaron los siete con su caza.
No habiéndose recuperado Finthiel de la escena que había contemplado se apresuró a seguirles, ahora curioso por ver de qué maravillas eran capaces aquellos extraños hombres.
Durante instantes intemporales prosiguieron los caballos al galope, hasta que Gurread avistó un venado. Detuvo a su caballo y no perdió de vista al preciado venado de lomo plateado que airosamente andaba escondiéndose entre arbustos. Tomó Gurread en su mano un arco, que Finthiel creyó no haber visto antes, y una flecha.
El arco estaba hecho de una sola pieza tallada de madera de abedul decorado con escenas de caza y guerra, y la flecha era negra, oscura como la noche, con punta de azabache y plumas de algún ave córvida. Tensó y disparó, hiriendo de muerte al venado, con la flecha ensartada muy cerca del corazón.
Finthiel contuvo la respiración en un momento de tristeza por crueldad del acto, pero no apenas tuvo tiempo para poder lamentarlo que Medain bajó veloz de su corcel y tomó presto una lira que portaba. Una lira dorada como el sol de un crepúsculo, con finos brillantes engarzados en su curvatura, como estrellas del atardecer. Y comenzó rasgando suavemente las delicadas cuerdas de la lira, y un bello acorde surgió, precedente de la música celestial que le seguiría en el baile de las manos de Medain sobre las cuerdas.
Y no se hizo esperar más el milagro y el venado se irguió de nuevo con vida, sin rastro alguno de herida en su corazón. Y brincando alegremente, en su trote ligero atravesó la escena penetrando en la bruma del bosque.
Los compases rítmicos de la percusión de los cascos de los caballos retomaron la composición musical mágica y antes de que Finthiel reaccionara, una vez más iban los jinetes galopando, alejándose de él, aunque él los sentía aún cerca y corrió tras ellos de nuevo.
Llegaron esta vez a un claro en el bosque, donde yacía recostado un gran oso de color pardo, que a la luz de lugar en veras parecía dorado.
Cutham con una lanza en su mano, inexistente hasta ese momento, se acercó al animal y tomando brío desde su caballo se la clavó en el vientre. Un gruñido de dolor brotó de la garganta del oso, y Finthiel pudo observar su agonía, no con menos congoja y ya lamentándose por la muerte de tan valioso animal divino.
Y así, el último de los caballeros de Wedhanar, Silean, sacó triunfante su cuerno de música y con todo su sentimiento lo hizo sonar, entonando melodía de potencia inigualable y cubriendo todo el bosque de notas de triste lamento, inundando el aire de la última música del alma. Y el cielo se oscureció de nubes aun más grises y la bruma creció en la floresta, haciendo dar la vida al dorado oso inerte que se levantó de la humedad del suelo y pronto desapareció de la vista.
Pero Finthiel miró a su alrededor y se vio totalmente solo y no encontró ya a los jinetes en ningún lugar, notó que la niebla le cubría.
Rasgando como retales la neblina una mujer de inmensa hermosura apareció ante Finthiel.
Su piel era tan pálida como las nubes, y sus cabellos como plata le caían lisos por toda su figura, y llevaba un haz de luz ceñido a su cintura. Su mirada era de rubí, de un rojo brillante que Finthiel no pudo soportar, pero no apartó la vista de ella pues se había quedado prendado y supo que la presencia de su ser en aquel lugar era insignificante. Ella estaba envuelta en un halo de beatitud y su mera aparición provocó que una complejísima melodía polifónica surgiera en torno a su ser, como interpretada por miles de músicos invisibles, y el aire se lleno de la más pura esencia de la magia.
Se sintió mezquino e ignorante, sintió que se arrodillaba ante ella y caía al suelo cubierto de hojarasca.
- Oh, mi Diosa...
En un instante pudo Finthiel alzar su cabeza y contemplar la belleza de la mujer, coronada por una fulgurante luna blanca que ahora reinaba en un cielo oscuro. En su mirada pudo percibir comprensión, tristeza y lástima.
Con esa imagen perdió de nuevo la conciencia y desapareció de allí.

***
Los primeros rayos del alba penetraron en el interior de la cueva. El hombre despertó y se incorporó confuso del manto sobre el que había dormido.
No supo donde se encontraba exactamente y salió al exterior.
Allí vio el paraje que se extendía ante él, cubierto de llanuras y un pequeño estanque a pocos pasos.
Caminó hasta el estanque con objeto de lavarse la cara antes de proseguir el viaje, pues ya recordó cual era su cometido en aquella tierra.
Notó la fría agua aclarando su rostro, pero algo más le llamó la atención. Su cara parecía joven, fresca, tal vez más que la de un hombre de mediana edad, pero sus cabellos antes castaños eran ahora níveos, canos no como los de un anciano, sino blancos como la nieve.
Y se acordó de lo que había soñado y supo su significado.
Desde entonces fue en todas las tierras conocido como Finthiel, el de los Cabellos Blancos, y su sabiduría fue apreciada y con gran renombre se mentaron sus hechos venideros.

Pearl

[...]
Then would I tarry no longer, but stole away among leafy, pleasant boughs, till I spied a hill, and, as I hurried on, looked out upon the city beyond the river, revealed at a distance, shining with rays brighter than the sun. In the Apocalypse is shown its fashion, as there described by John the Apostle. And as John beheld it with his own eyes, in like manner saw I that city of renown – Jerusalem so new, so royally arrayed, as it was descended out of heaven.
The city was all of fine gold, bright, burnished, and radiant, like clear shining glass, and garnished beneath with precious gems. In twelve steps up from the lowest base rose twelve foundations of rich jointure, and each tier was a separate stone. Thus splendidly doth John the Apostle describe this very city in the book of his Vision. As he there doth name these stones, so knew I their names after his tale: jasper was the name of the first that I discerned on the first stage; it shone all green along the lowest course; sapphire filled the second step; then chalcedony without blemish shone pure and pale in the third; the fourth was emerald all green; the fifth, sardonyx; then the ruby hath the Apostle named sixth in order. Thereto he added the chrysolite as the seventh in the foundation; and the eighth, beryl, clear and white; the ninth, topaz of twofold hue inlaid; tenth in order, the chrysoprase; the eleventh is the precious jacinth; the twelfth, the most precious of all, is the purple amethyst blent with indigo. Above these courses overhung the wall of jasper clear as glass; I knew it by John’s story in the Apocalypse.
Still more did I see, as he hath set it forth. These twelve steps were broad yet steep, and above them stood the city, a perfect square – in length, breadth, and height, all fair and equal. The streets of gold were as transparent glass; the jasper walls gleamed like glair; the houses within were adorned with all kinds of precious stones that could be brought together. And each side of this city stretched the space of twelve furlongs ere it ended, in height, and length, and breadth, just equal, for the Apostle saw it measured.
Yet more did I see of what John hath written. Each side of the city had three gates, and thus I beheld twelve in order, the portals overlaid with rich plates; and each gate of a single margery-pearl that fadeth never. Each one bore a name in writing, which are the names of the children of Israel in the order of their birth, beginning with the oldest.
Such light shone in all streets that they had no need of the sun, neither of the moon. Sun nor moon wanted they; for surely the very God was their bright lamp, and the Lamb was their lantern, and through him the whole city was filled with brightness. Over wall and dwelling ran my eyes, for air so subtle and clear could bar no light. The high throne one might there behold surrounded with all the array declared in the words of John; and the high God himself was seated thereon. Forth out of the throne there ran a river brighter than sun or moon. Neither of these ever shone with light so sweet as did that abounding flood, where it gushed forth from the ground. Swift did it run on through every street, without mingling of filth, or pollution, or slime. Church, nor chapel, nor temple was ever set in that place, but the Almighty was their proper sanctuary, the Lamb, the sacrifice, was there as refreshment. The gates of the city were never chut, but stood always open toward every quarter. Therein entereth none to take refuge who beareth any taint whatsoever. The moon could never share that glory; too spotty is her globe, too grim her favor; and since there is no night there, what need that the moon climb thither in her course, or try to equal that supernatural light that shineth upon the river’s brink? The planets are in too poor a plight, and the very sun himself is far too dim. On either side of the water are trees all bright that bear the twelve fruits of life full early; and twelve times a year do they bring forth in their vigor, and renew their fruit each month.
No heart of mortal man beneath the moon could endure so great a marvel as I beheld when I gazed upon that city, so wondrous was its fashion. I stood as still as a frightened quail at that strange and radiant apparition; of neither rest nor toil was I aware, so ravished was I with its pure gleam. For I dare say in all surety that, if one in the body had met that boon, though all the learned men in the world had him in cure, his life had been lost for ever.
And as the moon doth rise in mighty splendor, ere the last day-gleam hath sunk with the sun, so in wondrous manner I was suddenly aware of a procession. This noble city of glory and splendor was presently filled with virgins all unsummoned, in the same guise as was my blessed one that wore the crown; so crowned were they all alike and appareled in pearls and robes of white; and each one’s breast was delightfully adorned with the blessed pearl. Joyfully they walked together on the golden streets that shone as glass; hundreds of thousand I thought they were, and all alike in their liveries. Hard was it to find the gladdest face among them. Before them walked the Lamb in state, having seven horns of bright red gold; like pearls of great price was his raiment. Toward th throne they took their way. And, though great was their number, there was no crowding among them, but mild as gentle maidens at mass, so walked they forth in perfect joy.
The joy that awoke at the Lamb’s forthcoming was too great to tell. The elders, as he drew near, fell prostrate at his fett. Legions of angels, assembled there, scattered incense of sweet savor. Then the sounds of praise and joy burst forth anew: all sang together in honor of that bright Jewel; and the sound of voices which the angels of heaven then uttered in their joy could have struck down through earth into hell. Then in sooth I conceived a great and glad desire to praise the Lamb there in the midst of his train, and delight filled my heart to tell of him and his marvelous guise. Best was he, and blithest, and worthiest of all that ever I heard praised – so adorably white his raiment, so simple his look, himself so gentle. But a wound full wide and wet with blood appeared close against his heart, torn through his skin; and from his fair side gushed his blood. Alas! thought I, who did that outrage? Any breast ought to have burned up for sorrow, ere one found delight in that deed. Yet could no one doubt the Lamb’s joy. For though he was hurt and wounded, it appeared not in his countenance, so full of light and gladness and glory were his eyes.
I looked among his bright company, and saw how abounding and filled they were with eternal life. Then I found there my little queen that I thought had stood near me in the valley. Ah God, with many a sweet sound did she make merry, so white among her peers! The sight of her made me think in my ectasy of wading the stream for my love’s desire. Delight filled eye and ear, and my mortal mind dissolved in madness. When I saw my wondrous child, I yearned to be there with her, though she was withheld from me beyond the water. I thought nothing could hurt me by striking me a blow and laming me. If no one could prevent my plunging into the stream, I hoped to swim the interval in safety, though I should die for it at last.
But from that sudden purpose I was shaken, for when in my perversity, I would have started forward into the water, back was I called from my intent – it was not my Prince’s will. It pleased him not that I rushed headlong over these wondrous marches in so mad a plight. Though I was rash and rude in my haste, yet quickly was I stayed therein; for, as I hurried to the brink, the start roused me suddenly from my dream.
Then I awoke in that pleasant arbor, and my head was still laid upon the very hillock where my Pearl had slipped from me into the ground. And, as I stretched myself, I became dazed with a great fear; and anon with a deep sigh I said: “Now let all things be according to the Prince’s pleasure.” I was ill pleased to be thrust out so suddenly from that beauteous region, with all its sights vivid and fair; a heavy longing struck me down into a swoon; and thereafter I cried out ruefully; “O Pearl of rich renown, dear to me is all that thou hast told in this true vision. If it be a right and true report that thou farest thus in a bright garland, then it is well with me also here in this dungeon of sorrow to know that thou art dwelling in the Prince’s favor.”
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e shtunë, qershor 11, 2005

Nietzsche: Dios murió, pero antes le derritió el cerebro como venganza

17. DE LOS CAMINOS DEL HOMBRE CREADOR

-¿Es tu propósito, hermano mío, retirarte a la soledad? ¿Deseas buscar el camino que te conduzca hacia ti mismo? Espera todavía un momento y escúchame: “ Quien busca, fácilmente se pierde. Todo aislado es una culpa”, así habla el rebaño. Y cuando tú digas: “Mi conciencia ya no será más como la vuestra”, sonarán tus palabras a manera de queja y lamento. He aquí: esta conciencia parió también este dolor y el último resplandor de esta conciencia alumbra todavía tu aflicción. Pero tú quieres seguir la voz de tu aflicción., que es la voz que conduce hacia ti mismo. ¡Demuéstrame, pues, que estás en posesión del derecho y la fuerza! ¿Eres tú una nueva fuerza y un nuevo derecho? ¿O eres un primer movimiento? ¿O una rueda que gira sobre sí misma? ¿Puedes obligar a las estrellas a que giren alrededor de ti? ¡Ay! ¡Son tantas las codicias que quieren elevarse hasta las alturas! ¡Tantos los movimientos desordenados de los ambiciosos! ¡Demuéstrame que no te encuentras ni entre los que codician ni entre los ambiciosos! ¡Ay! ¡Existen tantos grandes pensamientos que sólo actúan como una vejiga inflada! Cuanto más se inflan se hacen más vacíos. ¿Te llamas libre? Quiero que me digas tu pensamiento más importante y que no te has escapado de un yugo. ¿Eres alguien que tuvo el derecho de liberarse de un yugo? Hay quienes pierden su último valor al sacudirse de una servidumbre. ¿Libre, de qué? ¡Qué importa esto a Zaratrusta! ¡Pero tu límpida mirada debe anunciarme: ¿libre, para qué? ¿Puedes señarlarte a ti mismo tu bien y tu mal y suspender tu voluntad por encima de ti como una ley? ¿Puedes ser tú el vengador y el juez de tu propia ley? Es terrible permanecer a solas con el juez y el vengador de su propia ley. Como una estrella proyectada en el vacío y en la helada atmósfera de la soledad. Hoy todavía te atormenta el número, a ti, el único que hoy todavía posee todo tu valor y todas tus esperanzas. Sin embargo tu soledad te fatigará un día. Tu orgullo se doblegará y tu valor rechinará los dientes. Un día gritarás: “¡Estoy solo!” Un día no verás más tu elevación y tu bajeza estará demasiado cerca de ti. Lo que hay en ti de sublime te causará miedo. Como un fantasma un día gritarás: “¡Todo es falso!” Hay sentimientos que quieren matar al solitario. Si no consiguen medrar tendrán que perecer a su vez, pero ¿eres tú capaz de ser asesino? Hermano mío, ¿conoces ya la palabra “desprecio”? ¿Conoces el dolor de tu justicia que te obliga a ser justo para con los que te desprecian? Tú obligas a muchas personas a cambiar de parecer acerca de ti, por ello para siempre estarán resentidos contigo. Te les has acercado, pero seguiste de largo. Esto nunca te lo perdonarán. Los has superado.
Pero cuanto más te elevas más pequeño pareces a los ojos de los envidiosos. Mas a quien odian sobre todos es a aquel que se remonta en los aires. “¡Cómo podríais vosotros ser justos conmigo!” Debes decir: “He elegido para mí vuestra injusticia como la parte que me es debida.” Injusticia y basura: esto es lo que arrojan al solitario. Sin embargo, hermano mío, si quieres ser una estrella, es preciso que, a pesar de todo, los ilumines. ¡Y prevente de los buenos y de los justos! Les complace crucificar a los que inventan su propia virtud; aborrecen al solitario. ¡Cuídate asimismo de la santa simplicidad! Todo lo que no es simple les parece impío. Les complace jugar con el fuego, con las hogueras. ¡Y cuídate de los impulsos de tu amor! El solitario tiende la mano con demasiada prisa a todo lo que se encuentra en su camino. Hay hombres a quienes no debes ofrecer la mano, sino únicamente el pie; y yo quisiera que tu pie también tuviese garras de afiladas uñas. Pero el enemigo más peligroso que puedas encontrar será siempre “tú mismo”. Eres “tú mismo” quien te acecha en las cavernas y en las selvas. Solitario: ¡tú sigues el camino que conduce a ti mismo! Y tu camino, ¿pasa delante de ti mismo y delante de tus siete demonios? Serás herético hacia ti mismo; brujo y adivino; loco e incrédulo; impío y malvado. Es preciso que quieras consumirte en tu propia llama. ¿Cómo querrías renovarte sin reducirte previamente a cenizas? Solitario: tú sigues el camino del creador. ¡Tú quieres crearte un dios de tus siete demonios! Solitario: tú sigues el camino del amante. Te amas a ti mismo y por eso te desprecias como sólo precisan los amantes. El que ama ansía crear porque desprecia. No sabe nada de amor quien no ha tenido que despreciar lo que más amaba. Vete a tu soledad, hermano mío, con tu amor y tu creación. Y a la tarde te seguirá la justicia arrastrando la pierna. Vete a la soledad con mis lágrimas, ¡oh hermano mío! Yo amo a quien quiere crear algo más elevado que él y que en ello perece.
Así habló Zaratrusta.